lunes, 23 de junio de 2008

Guerra de Sucesión Española


La Guerra de Sucesión Española fue un conflicto internacional por la sucesión al trono de España tras la muerte de Carlos II, que duró desde 1701 hasta 1713, aunque la resistencia en Cataluña se mantuvo hasta 1714 y en Mallorca hasta 1715, y que se saldó con la instauración de la Casa de Borbón en España. Para este país fue a la vez una guerra civil entre borbónicos y austriacistas pertenecientes a los antiguos reinos hispánicos de Castilla y de la Corona de Aragón, cuyos últimos rescoldos no se extinguieron hasta 1744, con la capitulación de Mallorca ante las fuerzas de Felipe V.


Situación política previa

El último rey de España de la casa de Habsburgo, Carlos II el Hechizado, estéril y enfermizo, murió en 1700 sin dejar descendencia. Durante los años previos a su muerte, la cuestión sucesoria se convirtió en asunto internacional e hizo evidente que la Monarquía Católica constituía un botín tentador para las distintas potencias europeas. Tanto Luis XIV de Francia como el emperador Leopoldo I estaban casados con infantas españolas hijas de Felipe IV, por lo que ambos alegaban derechos a la sucesión española (asimismo, las madres de ambos eran hijas de Felipe III).

A través de su madre, María Teresa de Austria, una hermana mayor de Carlos II, el Gran Delfín, hijo primogénito y único superviviente de Luis XIV, era el legítimo heredero de la Corona española, pero era ésta una elección problemática. Como heredero también al trono francés, la reunión de ambas coronas hubiese significado, en la práctica, la anexión de España y su vasto imperio por parte de Francia, en un momento en el que Francia era lo suficientemente fuerte como para poder imponerse como potencia hegemónica. A consecuencia de ello, Inglaterra y Holanda veían con recelo las consecuencias de esta unión y el peligro que para sus intereses pudiera suponer la emergencia de una potencia de tal orden.

Los candidatos alternativos eran el emperador romano Leopoldo I, primo hermano de Carlos II, y el Elector de Baviera, José Fernando. El primero de ellos también ofrecía problemas formidables, puesto que su elección como heredero hubiese supuesto la resurrección del Imperio Habsburgo del siglo XVI (deshecho por la división de la herencia de Carlos V entre su hijo Felipe y su hermano Fernando).

Por ello, Luis XIV temía que volviese a repetirse la situación de los tiempos de Carlos I de España, en la que el eje España-Austria aisló fatalmente a Francia. Aunque tanto Leopoldo como Luis estaban dispuestos a transferir sus pretensiones al trono a miembros más jóvenes de su familia (Luis al hijo más joven del Delfín, Felipe de Anjou, y Leopoldo a su hijo menor, el Archiduque Carlos), la elección del candidato bávaro parecía la opción menos amenazante para las potencias europeas. Como resultado, José Fernando de Baviera era la elección preferida por Inglaterra y Holanda.

Francia e Inglaterra, inmersas en la guerra de la Gran Alianza, pactaron la aceptación de José Fernando de Baviera como heredero al trono español, y en consecuencia el rey Carlos II lo nombró Príncipe de Asturias. Para evitar la formación de un bloque hispano-alemán que ahogara a Francia, Luis XIV auspició el Primer Tratado de Partición, firmado en La Haya en 1698, a espaldas de España. Según este tratado, a José Fernando de Baviera se le adjudicaban los reinos peninsulares (exceptuando Guipúzcoa), Cerdeña, los Países Bajos españoles y las colonias americanas, quedando el Milanesado para el Archiduque Carlos y Nápoles, Sicilia y Toscana para el Delfín de Francia.

El problema surgió cuando José Fernando de Baviera murió prematuramente en 1699, lo que llevó al Segundo Tratado de Partición. Bajo tal acuerdo, el Archiduque Carlos era reconocido como heredero, pero dejando todos los territorios italianos de España a Francia. Si bien Francia, Holanda e Inglaterra estaban satisfechas con el acuerdo, Austria no lo estaba y reclamaba la totalidad de la herencia española. Entonces Carlos II testó a favor de Felipe de Anjou, si bien estableciendo una cláusula por la que Felipe tenía que renunciar a la sucesión de Francia. Los consejeros de Carlos II le habían inducido a este testamento pensando como prioridad principal en la conservación de la unidad de la corona e imperio españoles. Cuando se produjo la muerte de Carlos II, Luis XIV respaldó el testamento. El 12 de noviembre de 1700, Luis XIV hizo pública la aceptación de la herencia en una carta destinada a la reina viuda de España en la que decía:


Nuestro pensamiento se aplicará cada día a restablecer, por una paz inviolable, la monarquía de España al más alto grado de gloria que haya alcanzado jamás. Aceptamos en favor de nuestro nieto el duque d'Anjou el testamento del difunto rey católico.


Pocos días después, el rey de Francia, ante una asamblea compuesta por la familia real, altos funcionarios del reino y los embajadores extranjeros, presentó al duque de Anjou con estas palabras:


Señores, aquí tenéis al rey de España


y a su nieto le dijo:


Sé buen español, ése es tu primer deber, pero acuérdate de que has nacido francés, y mantén la unión entre las dos naciones; tal es el camino de hacerlas felices y mantener la paz de Europa.



Felipe V ocupa el trono

Todos los soberanos de Europa (menos el emperador Leopoldo) reconocieron, quizá con reticencias, a Felipe de Anjou como heredero, el cual se dispuso a hacer uso de sus derechos y tras ser aleccionado por su abuelo, se despidió de la corte francesa. Entró en España cruzando el Bidasoa por Fuenterrabía, llegando a Madrid el 18 de febrero de 1701. El pueblo madrileño, hastiado del largo y agónico reinado de Carlos II, lo recibió con una alegría delirante y con esperanzas de renovación. Los primeros meses de adaptación en la intrigante corte española fueron difíciles para este joven de 17 años acostumbrado al lujo desmedido de Versalles.

Sin embargo, la precipitación y prepotencia de Luis XIV hicieron cambiar la situación. Por un lado, al poco de la jura de Felipe V (febrero de 1701), Luis XIV hizo saber que mantenía los derechos sucesorios de su nieto a la corona de Francia. Por otro, tropas francesas comenzaron a establecerse en las plazas fuertes de los Países Bajos españoles, con el consentimiento y colaboración de las débiles fuerzas españolas que las ocupaban.

Esta ayuda, que en realidad era un reforzamiento de posiciones, constituía una provocación, y el resto de las potencias reaccionaron. Holanda e Inglaterra se aproximaron al emperador Leopoldo y se comprometieron a otorgar la sucesión de España al Archiduque Carlos. En septiembre de 1701 se formó una coalición internacional mediante la firma de un tratado en La Haya. Esta coalición, llamada la Gran Alianza, estaba formada por Austria, Inglaterra, Holanda y Dinamarca, y declaró la guerra a Francia y España en junio de 1702. Portugal y Saboya se unieron a la alianza en mayo de 1703.

La guerra se inició al principio en las fronteras de Francia con estos países, y posteriormente en la propia España, donde se convirtió en una guerra europea en el interior de España sumada a una auténtica guerra civil, básicamente entre la Corona de Aragón (partidaria del Archiduque, el cual había ofrecido garantías de mantener el sistema federal y foral, similar al de las imperiales Austria e Inglaterra) y Castilla (que había aceptado a Felipe V, cuya mentalidad era la del estado centralista de monarquía absoluta comparable al modelo de la Francia de la época). Pese a este planteamiento general, no todos los territorios de la Corona de Aragón fueron partidarios del pretendiente Carlos, y, en el caso de Castilla, los territorios forales (Provincias vascongadas y Reino de Navarra), permanecieron fieles a Felipe V.


Primeras acciones bélicas

Como quiera que Felipe V poseía el Ducado de Milán y estaba aliado con varios príncipes italianos, como Víctor Amadeo de Saboya y Carlos IV Gonzaga, Duque de Mantua, las tropas francesas ocuparon casi todo el norte de Italia hasta el lago de Garda. El Príncipe Eugenio de Saboya, al mando de las tropas del Emperador austriaco, dio comienzo a las hostilidades en 1701 sin declaración de guerra, batiendo al mariscal francés Catinat en la batalla de Carpi, así como a su sucesor, el mariscal Villeroy, en la de Chiari, pero no consiguió tomar Milán por problemas de suministros. El primer ataque a comienzos de 1702 lo lanzaron las tropas austriacas contra la ciudad de Cremona, en Lombardía, haciendo prisionero a Villeroy. Su puesto lo ocupó el Duque de Vendôme, quien rechazó al ejército del Príncipe Eugenio.

Los partidarios del Emperador Leopoldo I atacaron primero a los Electores de Colonia y Brunswick que se habían puesto del lado de Luis XIV, ocupando dichos principados. También deseaban impedir que se unieran las fuerzas francesas con las del Elector de Baviera, para lo cual reclutaron un ejército al mando del Margrave Luis Guillermo de Baden, que tomó posiciones en el Rin superior frente a las fuerzas francesas mandadas por el Mariscal Villars. El Margrave de Baden conquistó el 9 de septiembre de 1702 Landau (Alsacia) y el 14 de octubre de 1702 se volvieron a enfrentar ambos ejércitos en la batalla de Friedlingen, de la que ninguno salió vencedor, pero tuvo por consecuencia que los franceses retrocedieran detrás del Rin y no pudieran unirse con los bávaros. Más al norte, el Mariscal Tallard ocupó de nuevo todo el Ducado de Lorena y la ciudad de Tréveris.

Estimulado por su abuelo, Felipe V desembarcó cerca de Nápoles, pacificando el Reino de las Dos Sicilias en cerca de un mes, desde donde reembarcó para Finale. De ahí fue a Milán, siendo recibido con entusiasmo también aquí, e incorporándose al ejército del Po, al mando del Duque de Vendôme, a comienzos de julio. La primera batalla, en Santa Vittoria, supuso la destrucción del ejército del general Visconti, por las tropas franco-españolas, a la que siguió un sangriento intento de desquite en la batalla de Luzzara. Su comportamiento en estas batallas fue brillante, rayando lo temerario. Sumido en un nuevo acceso de su enfermiza melancolía, se reembarcó y regresó a España, pasando por Cataluña y Aragón y haciendo entrada triunfal en Madrid el 13 de enero de 1703.

A su regreso le esperaban las malas noticias de que la Dieta imperial le había declarado la guerra a él y a su abuelo como usurpadores del trono español. El ejército del duque de Borgoña tuvo que retirarse ante la superioridad de Lord Marlborough, (protagonista de la canción infantil Mambrú se fue a la guerra), perdiéndose Raisenwertz, Vainloo, Rulemunda, Senenverth, Maseich, Lieja y Landau en Alsacia. Contrarrestaron un poco esto los éxitos del Elector de Baviera (aliado de la causa borbónica) tomando Ulm y Memmingen.


Los aliados llevan la guerra a la península

Sin embargo, lo más preocupante para la causa borbónica fue una invasión en la península. Un ejército aliado de 14.000 hombres desembarcó cerca de Cádiz en un momento en que no había casi tropas en la península. Se reunieron a toda prisa, recurriéndose incluso a fondos privados de la esposa de Felipe V, la reina María Luisa Gabriela de Saboya (que en el futuro sería conocida afectuosamente por los castellanos como «la Saboyana»), y del cardenal Portocarrero. Sorprendentemente, este ejército aliado fue rechazado. Cádiz no fue tomada y el ejército aliado reembarcó. No obstante, tuvo éxito una segunda tentativa en la ría de Vigo tratando de hacerse con una escuadra española que había regresado de América cargada de oro, entablándose una batalla naval (batalla de Rande) que se saldó con la destrucción de la flota española, aunque parece ser que la mayoría del oro había sido desembarcado ya.

El panorama se ensombreció más cuando en el verano de 1703 el reino de Portugal y el ducado de Saboya (este último regido por el padre de la reina) se unieron a la Gran Alianza, hasta entonces formada únicamente por Inglaterra, Austria y Holanda. Portugal constituía una excelente base para operaciones en la península. La primera consecuencia de esto fue la decisión del emperador Leopoldo de proclamar formalmente a su hijo como Rey Carlos III de España.

El 4 de mayo de 1704, el Archiduque Carlos desembarcó en Lisboa contando con el favor del rey Pedro II de Portugal. La causa «carlista» (como fue llamándose, aunque no está relacionada con las Guerras Carlistas) iba ganando adeptos. El rey Pedro II publicó un manifiesto en el que se calificaba a Felipe V de Borbón como usurpador y tirano. El Archiduque efectuó un intento de invasión por el valle del Tajo, en Extremadura, con un ejército anglo-holandés que fue rechazado por el ya considerable ejército real de 40.000 hombres que operaba a las órdenes del rey desde marzo y que posteriormente recibiría refuerzos franceses y además el mando del duque de Berwick, un general brillante de origen inglés. Un segundo intento anglo-portugués tratando de tomar Ciudad Rodrigo fue también rechazado.

Por su parte los ingleses, nación que había apostado por el dominio de los mares desde hacía mucho tiempo, en realidad deseaban el desgaste de los dos contendientes, el reparto de los dominios españoles y obtener los máximos beneficios. Ambicionaban los puntos estratégicos para su comercio marítimo. En 1704, sir George Rooke y el Príncipe de Darmstadt intentaron apoderarse de Barcelona, empresa que se convirtió en fracaso debido a que las instituciones catalanas no se sumaron a la causa austriaca. Sin embargo, de regreso, la flota consiguió tomar Gibraltar, la cual estaba defendida sólo por 500 hombres, la mayoría milicianos, al mando de don Diego de Salinas. Gibraltar se rindió honrosamente al Príncipe de Darmstadt tras dos días de lucha; es decir, se rindió a tropas bajo la bandera de un rey teóricamente español, Carlos III de Habsburgo. No obstante, el pabellón que se izó finalmente en las murallas fue el inglés. Esto fue un logro personal posterior de Rooke, e inglés sigue siendo el pabellón hasta la actualidad.

En este estado de cosas se produjo en el escenario europeo la batalla de Höchstädt (1704) o de Blenheim, en Baviera. Una gran derrota para Luis XIV en la que perdió 40.000 hombres con importantes consecuencias militares y morales para la causa borbónica.


El Archiduque Carlos aclamado en Barcelona

Esta victoria aliada supuso una inyección de moral para la causa del Archiduque en la península, la cual ganaba partidarios, y la misma flota que había tomado Gibraltar trasladó al Archiduque Carlos a los territorios de la Corona de Aragón y finalmente a Barcelona. Fue recibido triunfalmente a su paso por Altea y Denia.

En Cataluña, la actitud de la población le era favorable por varios motivos: por un lado, el mal recuerdo que tenían los catalanes de los franceses desde la rebelión de 1648, donde la firma de la Paz de los Pirineos (1659) entre los reyes de Francia y España certifica la cesión de Perpiñán a la corona francesa, y el recuerdo de la magnanimidad del comportamiento posterior de Felipe IV. Por otro, la intuición de que los Austrias siempre habían respetado en sus imperios las autonomías locales (intuición que se vio confirmada posteriormente con el Pacto de Génova firmado en junio de 1705 (texto completo en Wikisource)), actitud diametralmente opuesta al centralismo borbónico, y, en tercer lugar, las consecuencias económicas negativas de la Paz de los Pirineos, que serían revertidas de cerrarse esta vía favorable a la competencia francesa.

El virrey de Felipe V en Cataluña, Fernández de Velasco, estaba enfrentado a la Generalidad y realizaba pocos esfuerzos por disimular su intención de establecer una política centralista. A mediados de 1705 se desencadenó la rebelión popular. El 16 de noviembre de 1705, Los Tres Estamentos y el Consejo de Aragón organismos de los fueros de la Corona de Aragón, reconocían como rey a Carlos III. La entrada en Valencia, de los generales Basset y Nebot al mando de fuerzas austriacistas ocurría un mes después, con gran aplauso del pueblo.

Mientras tanto desembarcaba en Lisboa un nuevo contingente anglo-holandés a las órdenes del conde de Peterborough. Se celebró entonces una reunión, con asistencia del Archiduque Carlos de Austria y del rey Pedro de Portugal, en la que se acordó apostar por la unión de los reinos de la antigua Corona de Aragón (Valencia, Aragón y condados catalanes) a la causa del archiduque. Un plenipotenciario de la reina Ana de Inglaterra, Mitford Crow, firmaba con dos enviados catalanes el Pacto de Génova, a favor del Archiduque. Por medio de este pacto, los ingleses se comprometían a garantizar el sistema foral catalán fuera cual fuese el final de la contienda (este pacto debería haber sido tenido en cuenta en las negociaciones, ocho años más tarde, del Tratado de Utrecht; sin embargo, la actitud inglesa fue mucho más ambivalente y no se incluyó ninguna garantía efectiva de la preservación de dichos fueros, por lo que, al final del conflicto, los fueros catalanes serían suprimidos como ya lo habían sido los de Valencia y los de Aragón). Además el negociador inglés se comprometía a desembarcar en Cataluña 8.000 soldados.

El 25 de agosto de 1705, transportadas por una escuadra anglo-holandesa de 160 barcos, tropas aliadas (unos 20.000 hombres) desembarcaron, tras ser imposible hacerlo en las ciudades de Cádiz, Murcia y Alicante, en un pequeño pueblo de la costa alicantina, Altea, donde, tras la destrucción por parte de la escuadra de un pequeño fuerte que defendia un pequeño embarcadero y el río Algar, Basset, lugarteniente del archiduque, desembarcó, y agrupando a los pobladores de las marinas, inició la revuelta. La aparición de la escuadra, junto con la revuelta de Basset, provocó la entrega clamorosa de la ciudad de Denia (8 de agosto), y su paso por Valencia (22 de agosto) encendió también en ella la rebelión. Ya desembarcadas en las inmediaciones de Barcelona, un golpe de mano afortunado puso en sus manos la fortaleza del Montjuïc, y los realistas capitularon el 8 de octubre, abandonando la ciudad que prácticamente se había unido en su oposición a la política intransigente del virrey Velasco. Al día siguiente, el Archiduque Carlos de Austria, con el título de Carlos III de España que se atribuiría durante casi diez años, estableció su capital en Barcelona. Un mes más tarde la nobleza, las corporaciones y los representantes populares de Cataluña juraban por el rey Carlos III. Valencia se declaró por Carlos III el 16 de diciembre. A finales de año, en Cataluña y Valencia sólo Alicante y Rosas permanecían fieles a Felipe V.


El Archiduque Carlos proclamado Carlos III de España

En febrero de 1706, Felipe V partió de Madrid dejando casi desguarnecido el frente portugués. Se reunió en Caspe con el mariscal francés Tessé, y con un ejército de 30.000 hombres sitió Barcelona por tierra y por mar (escuadra del conde de Tolosa), llegando a reconquistar el Montjuïc, pero apareció en el puerto una fuerte escuadra anglo-holandesa, mientras que, al mismo tiempo, un ejército anglo-portugués tomaba Badajoz y Plasencia y avanzaba sobre Madrid por los valles del Duero y del Tajo. En un comportamiento según unos autores demasiado prudente, y según otros, militarmente acertado, los borbónicos suspendieron el asedio a Barcelona y se retiraron hacia Madrid por el sur de Francia y la ruta Irún-Burgos. Los aliados habían tomado en mayo Ciudad Rodrigo y Salamanca. Esto forzó al rey y a la reina a abandonar Madrid y trasladarse a Burgos con la corte. El almirante de la escuadra borbónica, marqués de Santacruz, se pasaba al bando austriaco. Zaragoza proclamaba a Carlos III, quedando en Aragón sólo Tarazona y Jaca leales a la causa borbónica. Carlos III dejó Barcelona y, por Zaragoza, llegó a Madrid, donde entró con un ejército extranjero, siendo recibido y proclamado allí el 29 de junio con una frialdad que sorprendió al propio Carlos.

Las noticias eran igualmente desastrosas para la causa borbónica en el resto de los frentes europeos y americanos. Los borbónicos perdían Ramillies y 15.000 soldados eran hechos prisioneros, con lo cual el ya duque de Marlborough tomaba casi todos los Países Bajos españoles, incluyendo Bruselas, Brujas, Lovaina, Ostende, Gante y Malinas. En Italia se levantaba el asedio a Turín (la capital de Saboya), lo cual permitía al duque de Saboya tomar Milán el 26 de Septiembre y Eugenio de Saboya conquistaba para el Archiduque Carlos el reino de Nápoles.

El propio Luis XIV aconsejó a su nieto abandonar. Sin embargo, la simpatía que Felipe V despertaba en la población castellana y extremeña hizo que se levantasen nuevos ejércitos de voluntarios, a los que se sumó un cuerpo expedicionario enviado por Luis XIV bajo el mando del duque de Berwick, un ejército dispuesto a sufrir privaciones y a vencer que expulsaría a los aliados de Castilla casi sin combates. Eso, sumado a una sublevación en Madrid que estaba en ciernes, incitó al Archiduque Carlos y su ejército a abandonar Madrid y replegarse hacia Valencia. Felipe V volvió a entrar en Madrid el 4 de octubre ante el clamor popular. Mientras Felipe entraba en Madrid, el duque de Berwick junto con el obispo Belluga y «cuerpos francos» (precursores de las guerrillas) reconquistaban Elche, Orihuela y Cartagena, capturando 12.000 prisioneros.


Almansa y acontecimientos posteriores. Ruptura con Luis XIV

El 25 de abril de 1707, un ejército aliado anglo-luso-holandés presentó batalla a las tropas borbónicas en la llanura de Almansa sin conocimiento de los importantes refuerzos que éste había recibido. La victoria borbónica fue importante, pero no decisiva para el final de la guerra. El ejército aliado se retiró y las fuerzas borbónicas avanzaron tomando Valencia, recuperando Alcoy y Denia (8 de mayo) y Zaragoza (26 de mayo), y posteriormente Lérida, tomada por asalto el 14 de octubre (de recuerdo particularmente ingrato es el episodio de la toma y posterior incendio de Játiva, la cual había resistido hasta el 20 de junio).

Las consecuencias políticas de esta batalla fueron importantes. Animado por su abuelo Luis XIV y escarmentado por los resultados de su política de compromiso previa, Felipe V encargó a un trío de consejeros los primeros pasos para el establecimiento de una reforma unificadora de la Corona española. Se abolieron los fueros de Valencia y Aragón, y esto se efectuó mediante los Decretos de Nueva Planta. En Cataluña, la enconada resistencia de la plaza de Lérida le granjeó represalias particularmente humillantes, que posteriormente pesarían en el ánimo de los catalanes de otras zonas; la catedral fue convertida en cuartel de la guarnición.

A pesar del envío de un ejército por el hermano del Archiduque Carlos, posteriormente cayeron también Tortosa (julio de 1708) y Alicante (abril 1709).

Esta euforia duró poco. Los triunfos terrestres de la casa de Borbón eran contrarrestados por los triunfos marítimos debidos a la superioridad naval anglo-holandesa. En ese mismo año, 1708 se perdió la plaza de Orán y las islas de Cerdeña y Menorca.

Además, la guerra en Europa le iba mal a Luis XIV y sus enemigos le habían puesto al borde del colapso militar. Había enviado una expedición desastrosa con la intención de restaurar a los Estuardo en Escocia. En la batalla de Oudenarde había sufrido una derrota aplastante y había perdido la ciudad de Lille. A eso había que sumar las pérdidas italianas, que habían concluido con la invasión de los Estados Pontificios por los austriacos y el reconocimiento del Archiduque Carlos de Austria por el papa Clemente XI. Su ejército estaba exhausto. Comenzó a pactar una paz con los aliados, pero las negociaciones fracasaron, ya que los aliados pedían la renuncia de Felipe V al trono de Francia, renuncia que Luis XIV se negaba a exigir a su nieto.

Luis XIV dejó de enviar tropas desde Francia y además la princesa de los Ursinos destapó por entonces una conjura entre los duques de Orleans y Borgoña para arrebatar el trono a Felipe V. Felipe V, de acuerdo con la reina «saboyana», reaccionó frente a Luis XIV, haciendo jurar a su heredero y recabando independencia total para regir España.

Tiempo hace que estoy resuelto y nada hay en el mundo que pueda hacerme variar. Ya que Dios ciñó mis sienes con la Corona de España, la conservaré y la defenderé mientras me quede en las venas una gota de sangre; es un deber que me imponen mi conciencia, mi honor y el amor que a mis súbditos profeso.

Felipe V exigió a su abuelo la destitución de su embajador en España y también rompió con el Papado que había reconocido de nuevo al Archiduque Carlos de Austria, clausurando el Tribunal de la Rota y expulsando al nuncio en Madrid.


Contraofensiva austracista

En 1710 en Europa se está preparando silenciosamente la gran negociación para la paz. Las campañas de desarrollan exclusivamente en España.

Carlos tomó la iniciativa en España con un imponente ejército internacional con tropas valenciano-catalanas al mando del príncipe austriaco Starhemberg. Rompió el frente en la batalla de Almenara y lo derrotó en la batalla de Zaragoza, volviendo a tomar Zaragoza, donde restituyó los Fueros de Aragón derogados por Felipe V en 1707, y posteriormente hizo una segunda entrada en Madrid (entonces fue cuando hizo su famoso comentario: «Esta ciudad es un desierto», y decidió alojarse extramuros). Felipe se había retirado con su mujer y su corte a Valladolid.

Este estado de cosas fue breve. Se producían mesnadas voluntarias por los campos y ciudades de Castilla, que fueron organizadas en «cuerpos francos». Luis XIV, desengañado de sus posibles pactos con los aliados, envió al Duque de Vendôme con quien, en una nueva campaña, Felipe V, que marchaba y acampaba con su ejército comportándose como un auténtico «rey caudillo» al estilo de los Reyes Católicos, volvió a entrar por tercera vez en Madrid, en medio de un clamor estruendoso. Vendôme comentaría: «Jamás vi tal lealtad del pueblo con su rey». Sin mediar batalla alguna, el Archiduque Carlos se había retirado del hostil y frío terreno castellano (Vendôme le había obligado a apostarse en Guadarrama), por la carretera de Aragón a invernar a Barcelona. Sus tropas saquearon iglesias en la retirada, lo que les granjeó el odio del pueblo.


Brihuega y Villaviciosa

Felipe V salió con sus tropas sin perder tiempo en pos del ejército austracista, que había cometido el error de dividir sus fuerzas en la Alcarria. En medio de la helada ventisca que domina la Alcarria en invierno, el ejército de James Stanhope se refugió en la hoya donde está la población de Brihuega, a 85 km de Madrid, sin asegurar las alturas que la rodeaban. El ejército borbónico no vaciló en colocar piezas de artillería en las alturas circundantes y bombardear la ciudad para desencadenar después un asalto. Al cabo de unas horas, Stanhope capituló y la plaza fue tomada junto con 4.000 prisioneros.

Esa misma noche, el príncipe de Starhemberg con el resto del ejército austriaco y las tropas aragonesas, unos 14.000 hombres, llegaba para auxiliar a Stanhope y se detenía en las cercanías de Villaviciosa de Tajuña, a 3 km al nordeste, señalando su campamento con hogueras para animar a los defensores de Brihuega. En la madrugada del 10 de diciembre fue avistado por los ojeadores del ejército borbónico, el cual salió directamente al encuentro del contingente austracista, comenzando la batalla a mediodía y terminando al anochecer con la destrucción total del ejército austracista y la fuga de Starhemberg con 60 hombres.

En estas victorias se hizo evidente una cosa: el pueblo castellano colaboraba con entrega casi pasional con el rey borbónico. Esto colocó a los integrantes de la Gran Alianza de La Haya ante una triste evidencia de que difícilmente podrían ganar la guerra en la península, y aunque ganasen las campañas militares, las posibilidades de contar con la aceptación por el pueblo español, salvo en los reductos aferrados a la causa austracista, eran muy escasas. Tras las victorias de la Alcarria, Felipe V prosiguió su avance hacia Zaragoza, la cual se le entregó sin lucha el 4 de enero de 1714. Simultáneamente un ejército francés cruzaba los Pirineos y tomaba Gerona.


Últimas campañas y la Paz de Utrecht

En 1711 murió el emperador José I, y su sucesor era el propio Archiduque Carlos. Tres días antes había fallecido el Delfín de Francia, padre de Felipe V, lo que colocaba a éste en una posición más cercana a la sucesión de Luis XIV (aún tenía delante a su hermano mayor, el duque de Borgoña y al siguiente hermano, un niño débil a quien todos auguraban una muerte temprana, llamado Luis, en este momento duque de Anjou al dejar el ducado vacante su hermano Felipe y que finalmente sería quien reinaría como Luis XV). Estos decesos dieron un giro a la situación. La posible unión de España con Austria en la persona del Archiduque podía ser más peligrosa que la unión España-Francia: suponía la reaparición del bloque hispano-alemán que tan perjudicial había sido a los otros países en los tiempos del emperador Carlos V. Los demás estados europeos, y sobre todo Inglaterra, aceleraron las negociaciones de cara a una posible paz cuanto antes, ahora que la situación les era conveniente, y comenzaron a ver las ventajas de reconocer a Felipe V como rey español. Para su suerte, Francia estaba exhausta, lo que la hacía más proclive a las negociaciones. El pacto de Luis XIV con Inglaterra se produjo en secreto. Inglaterra se comprometía a reconocer a Felipe V a cambio de conservar Gibraltar y Menorca y ventajas comerciales en Hispanoamérica. Las conversaciones formales se abrieron en Utrecht en enero de 1712, sin que España fuese invitada a las mismas en este momento.

En febrero de 1712 moría el duque de Borgoña, quedando sólo Luis, al cual todos consideraban como incapaz. Luis XIV deseaba nombrar regente a su hijo Felipe, pero los ingleses pusieron como condición indispensable para la paz que las dos coronas (España y Francia) quedaran separadas. El que ocupara uno de los reinos debía forzosamente renunciar al otro.

En España se produjeron por aquellos días escaramuzas sin importancia, aunque se reafirmó el apoyo de Barcelona a Isabel Cristina, la esposa de Carlos (Carlos VI, emperador de Alemania) que se había quedado en la ciudad al irse su marido. En el escenario europeo se produjo el 24 de julio la derrota del príncipe Eugenio de Saboya en Denain, lo que permite a los franceses recuperar varias plazas.

Finalmente Felipe V hizo pública su decisión. El 9 de noviembre de 1712 pronuncia ante las Cortes su renuncia a sus derechos al trono francés (mientras los otros príncipes franceses hacían lo mismo respecto al español ante el parlamento de París), lo cual eliminaba el último punto que obstaculizaba la paz.

España acordó paz y amistad con Inglaterra el 27 de marzo de 1713. El 11 de abril se firmó la Paz de Utrecht, que tuvo como consecuencia la tan temida partición que Carlos II había querido evitar. Los Países Bajos católicos, el reino de Nápoles, Cerdeña y el ducado de Milán quedaron en manos del ahora ya emperador Carlos VI de Alemania. El duque de Saboya se anexionó la corona de Sicilia. Inglaterra se quedó con Menorca y Gibraltar y, a costa de Francia, Terranova y la Acadia, la isla de San Cristóbal, en las Antillas y los territorios de la bahía de Hudson. A eso hay que sumar sus privilegios en el mercado de esclavos, mediante el derecho de asiento. El 10 de julio España confirmaba la Paz de Utrecht.

Austria se había quedado fuera de esta paz, ya que Carlos VI no renunciaba al trono español, y la emperatriz austriaca seguía en Barcelona. Tampoco hizo la paz España con Portugal ni con Holanda por otros motivos pero, apartada Inglaterra del conflicto, la paz europea vendría en breve. Las cesiones españolas al imperio alemán no se harían efectivas hasta que Carlos VI no renunciase a sus pretensiones.

Una segunda paz entre franceses y alemanes se firmaría en Rastatt el 6 de mayo de 1714.

Al intentar hacer un balance de vencedores y vencidos en el momento del tratado de Utrecht es un poco difícil hablar en términos absolutos. Inglaterra puede considerarse vencedora, ya que se hizo con estratégicas posesiones coloniales y puertos marítimos que fueron la base de su supremacía futura y del imperio británico. El ducado de Saboya recibió ampliaciones que lo transformaron en el Piamonte. El electorado de Brandeburgo se extendería transformándose en Prusia. El lote italiano del imperio hispánico pasó a manos de Carlos VI.

Es de reseñar también la pérdida de Orán y Mazalquivir en 1708 a manos del Imperio Otomano, consecuencia indirecta de la guerra al no poder trasladarse tropas de refuerzo a esta ciudad por estar combatiendo en Europa.


Guerra a ultranza en Cataluña

Tras la repentina muerte de su hermano, el Archiduque Carlos fue elegido emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico en septiembre de 1711. Esto le obligó a trasladarse a Fráncfort para su coronación como Carlos VI, y en consecuencia abandonar Cataluña, si bien dejó como regente a su mujer, la emperatriz Isabel Cristina de Brunswick. Cataluña seguía vinculada a Carlos VI por el Pacto de Génova y esperaba que sus libertades fuesen preservadas, ya fuera mediante la conservación del Principado catalán unido al Imperio alemán o por las negociaciones del emperador en Utrecht. Sin embargo, la suerte de Cataluña ya estaba decidida en los preliminares del Tratado de Utrecht, entre los que figuraba un acuerdo secreto por el que los austriacos evacuarían el Principado. De esto no se informó a los representantes del gobierno catalán, a los que la emperatriz les garantizó en repetidas reuniones la conservación de la legislación catalana.

Inglaterra pidió a Felipe V que conservase los fueros, a lo cual éste se negó, aunque prometió una amnistía general. Los ingleses no insistieron, puesto que tenían prisa por que se firmase el tratado y disfrutar de las enormes ventajas que les proporcionaba. Al conocer este acuerdo, Austria accedió secretamente a un armisticio en Italia y confirmó el convenio sobre la evacuación de sus tropas en Cataluña.

Finalmente la emperatriz también se embarcó en marzo de 1713, oficialmente para «asegurar la sucesión» del trono alemán, quedando como virrey el príncipe Starhemberg, en realidad con la única misión de negociar una capitulación en las mejores condiciones posibles, pero ni siquiera esto fue posible, dado que Felipe V no aceptaba el mantenimiento de los fueros catalanes. Por otra parte, el Tratado de Utrecht únicamente había incluido una cláusula por la que se concedía una amnistía general a los catalanes, pero no les permitía otra legislación que la castellana.

El gobierno catalán se componía entonces de tres instituciones: El Consejo de Ciento (Consell de Cent) que se encargaba de la ciudad de Barcelona, la Diputación General o Generalitat, de atribuciones sobre todo tributarias, y la Junta de Brazos (Junta de Braços), formada por componentes de los tres estamentos clásicos y que en realidad coincidía con la Generalidad (Generalitat).

El 22 de junio, el príncipe Starhemberg comunicó a los catalanes que había llegado a un acuerdo político con el virrey borbónico en Hospitalet, cuando en realidad lo que había hecho era entregar incondicionalmente Tarragona a los borbónicos. Tras ello, se embarcó secretamente junto con sus soldados, dejando el Principado a su suerte.

En Barcelona se formó la Junta de Brazos (Junta de Braços) de las Cortes, de componente fundamentalmente popular, la cual decidió una defensa numantina. Mientras tanto el virrey borbónico, el duque de Pópoli, sometía las ciudades circundantes y terminó pidiendo la rendición de la propia Barcelona, a lo que ésta se negó. Entonces Pópoli inició un bloqueo marítimo, no demasiado eficaz, ya que era burlado por Mallorca, Cerdeña e Italia. En los siguientes meses se produjeron levantamientos en el campo, que fueron rápidamente sofocados. En eso se firmó la paz de Rastadt, lo cual suponía el abandono definitivo de Carlos VI, pero eso no lo supieron los catalanes hasta más tarde.


La batalla del 11 de septiembre

Felipe V, tras superar la muerte de su mujer, volvió a negociar con los catalanes, los cuales (desconocedores de los términos de Rastatt) le exigieron ingenuamente la conservación de los fueros y 3.000.000 libras en compensación por daños de guerra. La ciudad había sido asediada por un ejército de 40.000 hombres y 140 cañones, y Felipe V respondió iniciando el bombardeo. El asedio continuó durante dos meses (previamente había sufrido nueve meses de dudoso bloqueo marítimo). El 11 de septiembre de 1714, el mariscal de Berwick ordenó el asalto y, aunque la defensa de los barceloneses fue heroica, al día siguiente se firmó la capitulación. En la defensa de la ciudad resultó herido el Conseller en cap (1er Consejero o 1er Ministro), Rafael Casanova, en circunstancias heroicas, agitando la Bandera de Santa Eulalia para enardecer a los defensores[cita requerida]. Pudo ocultarse y años después se acogería al perdón real, viviendo en paz hasta su muerte en Sant Boi de Llobregat.

Se disolvieron la Generalidad (Generalitat) y el Consejo de Ciento (Consell de Cent), siendo sustituidos por una Real Junta Superior de Justicia y Gobierno al frente de la cual se puso a José Patiño, el cual destituyó al día siguiente a los diputados, consellers y miembros de la Junta de Brazos (Junta de Braços).

1 comentario:

T.Tojo dijo...

Olá salva, não consigo contactar contigo de outra forma.É só para dizer que não consigo (nem mais ninguém consegue) aceder ao teu espaço. Sabes dizer o que se passa. Este é o unico que não está bloqueado. Os outros dois que se encontram no meu site estão. Sabes dizer-me se isso tem algo haver?